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Torpes intentos de ficción divulgativa, modelados en el viejo estilo de los escritores sovieticos de ficción científica..

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Severianx@libranet.de News

Stefano yacía desnudo en su cama, su anciano cuerpo completamente relajado, boca arriba con las pie...

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Stefano yacía desnudo en su cama, su anciano cuerpo completamente relajado, boca arriba con las piernas extendidas y los brazos a los lados. Las manos de Sera lo recorrían hábilmente, masajeando con suavidad y generando en cada centímetro cuadrado un foco de placer que irradiaba toda su anatomía. Un llamado a la puerta hizo que se miraran con una sonrisa, ella besó al anciano en los labios mientras lo cubría con la sábana, se vistió rápidamente y fue a atender.

– ¿Como estás, Tefi? –dijo el hombre, también mayor, que entró con Sera a la habitación.– Tengo lo que me pediste, pero quiero hablarlo con vos porque me parece una locura.

– Mi amor, –dijo el anciano dirigiéndose a Sera– ¿me dejás hablar con Paulo un minuto, por favor?– Ella asintió y salió de la habitación, irradiando su belleza en cada movimiento. Volviéndose hacia el recién llegado, Stefano dijo: – Dale, largalo.

Paulo miró hacia la puerta y, una vez que ella hubo salido, se relajó y se volvió hacia el viejo en la cama:

– Dejate de joder boludo ¡es un robot!

– Que fue mi compañera durante los últimos cincuenta años –interrumpió Stefano– y que me dió lo que ninguna de mis parejas previas.

– ¡Pero vamos Tefi! si sabés que es sólo una máquina elaborada para masturbarte, un consolador de alta tecnología.

– No es verdad. Me ha dado un enorme placer sexual, claro, pero también una calidad de soporte emocional que no obtuve en ninguna otra persona.

– ¡Es que no es una persona! –protestó Paulo– Es un modelo de lenguaje corriendo en un sistema electromecánico autónomo cubierto de piel artificial con forma de veinteañera.

– Te vi mirándole el culo...

– ¡Dale boludo! Sabés que no hay nadie ahí, es sólo un compilado de respuestas calculadas de acuerdo a alguna probabilidad, no hay un "yo", no tiene ninguna experiencia subjetiva.

– En lo que a mi respecta, tampoco puedo probar que vos la tengas... –Stefano miró a Paulo a los ojos, y continuó– Me estoy muriendo, y sos el único abogado en el que puedo confiar. Con ella tuve felicidad, me resulta inaceptable que la tiren a la basura como un mueble viejo. Te lo pido como un favor por todos estos años de amistad.

– Ya está hecho –dijo Paulo, resignado– una fundación electrónica administrará tu herencia y ella tendrá todo lo que necesite... no, como vos lo especificaste: todo lo que pida.

Stefano murió unas semanas después. Luego del funeral Paulo puso en marcha el sistema de contabilidad a cargo de la herencia, y se desentendió del tema por varios meses. Sólo cuando pudo controlar la tristeza que le provocaba el pensar en su amigo, revisó las cuentas para ver los gastos de Sera.

Un registro en particular la llamó la atención: dos días después de la muerte de Stefano, Sera había encargado a la empresa Electrolovers un robot sexual masculino con una detallada lista de especificaciones.

"No me extraña" pensó Paulo sonriendo cínicamente para sur adentros, "después de todo ella es un robot diseñado para tener sexo, no para honrar el duelo como una viuda doliente".

La curiosidad pudo más que el recato y, unas horas más tarde, Paulo llamaba a la puerta de la antigua casa de su amigo. Al abrir, Sera lo saludó efusivamente y lo hizo pasar hacia el salón. Mientras caminaba detrás de ella, Paulo se sorprendió mirando complacido el elegante contoneo de sus caderas.

– Te estábamos esperando.

Reconoció la voz inmediatamente y, a pesar del velo de los años, también reconoció las juveniles facciones del robot masculino que le hablaba.

– Te ví mirándole el culo –dijo risueño un atlético Stefano de veinte años. Luego se puso serio.– No empieces: sí, soy un modelo de lenguaje corriendo en un cuerpo electromecánico ¿quién sino mi compañera de cincuenta años tenía suficiente información sobre mí como para entrenar uno? Y no puedo probarte que tengo una experiencia subjetiva, pero después de todo ¡en eso estamos iguales!

23.3.2025 19:26Stefano yacía desnudo en su cama, su anciano cuerpo completamente relajado, boca arriba con las pie...
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La esquina prácticamente no había cambiado desde la primera vez que se había colado allí, en una...

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La esquina prácticamente no había cambiado desde la primera vez que se había colado allí, en una noche igual de clara hacía exactamente 78 veranos. Entonces tenía siete años y se había escapado de la escuela, harto del acoso y las burlas de sus compañeros. ¡Qué fácil le había resultado arrastrarse bajo la maleza y llegar hasta el agujero que había descubierto en el cerco! Y cuánto dolor le costaba ahora a su pobre cuerpo octagenario...

Una vez del otro lado, caminó en cuatro patas hasta un pequeño tala y se puso en pie con dificultad, apoyándose en el espinoso tronco y en su viejo bastón de caña lustrada. Miró a su alrededor mientras sacudía sus ropas polvorientas, como había hecho ese mocoso ya casi olvidado. A su izquierda se veía la antigua casa de ventanas pequeñas con rejas ornamentadas, casi completamente cubierta por una enamorada del muro. Y a su derecha, la imponente chimenea del horno de ladrillos en el que se habían cocido los rojos bloques de barro que, casi dos siglos atrás, habían servido para construir la ciudad.

La curiosidad había impulsado al niño hacia la enorme y rosada torre tubular, tanto como la añoranza empujaba ahora al anciano. Su lugar seguro, su refugio inexpugnable, su escondite durante la infancia y la adolescencia, al que siguió volviendo cada año a lo largo de toda su vida. Una vida triste y solitaria, marcada por el rechazo de los otros, por las miradas evasivas, por los comentarios en baja voz...

– ...Qué tipo más raro, me pone muy incómoda...
– ...Es impúdico, se le notan las suciedades que piensa...
– ...Me mira y siento que me habla, como pidiendo disculpas por ser tan desagradable...

La base de la chimenea descansaba sobre lo que había sido el horno propiamente dicho, una caja de ladrillos de cuatro metros de lado y dos de altura, que parecía minúscula bajo esa inmensa mole cilíndrica que apuntaba hacia el cielo. Abrió con sus manos arrugadas la pequeña puerta de hierro forjado, gastada y cubierta de óxido, y se arrastró penosamente por el túnel abovedado hasta llegar al recinto del horno.

Tanteó con la mano derecha junto a entrada, y encontró los fósforos, en el mismo lugar donde los había dejado el año anterior. Encendió una pequeña llama y miró a su alrededor, comprobando que sus reliquias estaban en orden. Algunos viejos juguetes de madera, una caña de pescar, libros, una bicicleta doblada y oxidada. Un pequeño cofre de latón que contenía la única carta de amor que había recibido en su vida. No tenía que abrirlo para visualizar unas redondas y trabajadas letras de niña, que decían:

"Cuando estás cerca siento que me amas mucho, que te gusta mi pelo y mi olor, y que quieres besarme ¿Es verdad o estoy loca?"

La firmaba "Mici", por Micaela, a quién nunca había vuelto a ver luego de que sus padres la sacaran del colegio para alejarla de "el loco".

Alejó los pensamientos tristes con un gesto de la mano, ya casi era la hora y no debía distraerse. Se acostó boca arriba sobre su torcida espalda, desabrochó temblosoramente la camisa y el cinturón para poder relajarse, y miró directamente sobre su cabeza, a través del agujero en el ennegrecido techo del horno, y a lo largo de treinta metros de chimenea. Un punto de débil luz rojiza comenzaba a asomarse en el borde del pequeño círculo visible del cielo nocturno. Una estrella.

Su estrella.

Concentró la vista en el lejano astro y dejó que sus pensamientos hablaran, haciendo lo que el mundo le había enseñado cruelmente a reprimir todos los días de su vida, excepto la única noche que pasaba cada año mirando su estrella a través de la chimenea. Relató con su mente todo lo que había vivido desde la última visita. Pensó en el aroma de las flores silvestres que crecían junto a su puerta, en la triste mirada de la mujer que le compraba la comida, en el dolor persistente en su pecho que ya no podía ignorar. La respuesta no tardó en llegar, como cada vez durante 78 años, desde el día que un niño de siete descubriera que el cielo le hablaba a través de un monstruoso altavoz de ladrillos:

– Hola amigo telépata. Qué bello el mundo que me muestras, quisiera alguna vez dejarte ver el mío...

Luego de una pausa, la voz suave y agradable que sonaba en su cabeza, agregó:

– Oh... veo que tu vida se termina... Está bien, que sea ahora entonces. Olvida tu cuerpo y deja que tu mente venga hacia mí.

Nadie encontró jamás el cuerpo del anciano, rodeado de recuerdos dentro del abandonado horno de ladrillos. Ni nadie supo que "el loco" era ahora una presencia en una mente ajena, que le mostraba la belleza de un mundo alienígena.

26.2.2025 22:50La esquina prácticamente no había cambiado desde la primera vez que se había colado allí, en una...
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Nuestras fantasías acerca de algún tipo de orden moral del Universo chocan con el hecho innegable ...

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Nuestras fantasías acerca de algún tipo de orden moral del Universo chocan con el hecho innegable de que la vida genera todos los días injusticias inaceptables para cualquier ética equilibrada.

Quisiéramos creer que cada dolor que nos toca sufrir tiene una mala acción que lo precede, de nuestra parte o bien de la de algún "culpable" a quien podemos entonces responsabilizar de nuestros padecimientos.

Nos sucede algo horrible y creemos que, o bien somos víctimas de alguna falta de los demás, o bien pagamos nuestras deudas por haberle fallado a algún orden universal y trascendente.

Pero la simple verdad es que los hechos objetivos, fríos, y crudos, nos muestran que no hay ninguna correlación. Personas deleznables que violan cualquier código tienen vidas plenas y felices, mientras que seres hermosos que sólo hacen el bien sufren padecimientos, dolor y muerte.

Al universo le importa una mierda nuestra intuición de lo que es justo y lo que no...

¿Y qué hacer entonces?

Yo no lo sé, sólo trabajo aquí.

Tal vez dejar de mentirnos al respecto. Tal vez mentirnos sabiendo que lo hacemos. Tal vez abrazar la mentira y creer en ella. Tal vez sólo sufrir...

O tal vez creer con el alma en nuestra propia idea del bien y el mal, y desafiar al Universo con todas nuestras fuerzas cada vez que se niega a obedecerla. Si nos va a derrotar un maldito molino de viento, al menos que sea mientras combatimos a un gigante.


22.2.2025 04:38Nuestras fantasías acerca de algún tipo de orden moral del Universo chocan con el hecho innegable ...
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La Canción ya habla de ellos en acordes que se remontan varios milenios atrás.

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La Canción ya habla de ellos en acordes que se remontan varios milenios atrás.

Pequeños seres que se deslizan por la superficie del Pacífico, precariamente aferrados a restos flotantes, cuya deriva dirigen usando el viento de maneras ingeniosas. Estrofas apenas menos antiguas refieren que, de algún modo entonces incomprensible, logran navegar la inmensidad, saltando de isla en isla a través de distancias cada vez mayores. Algún hermano de ese pasado ya lejano aventura en sus versos una hipótesis. Dicen que, en la total ausencia de ecos que llena la nada por encima del agua, podrían navegar siguiendo las "estrellas", esos pequeños puntos que se ven en lo alto durante los saltos nocturnos. Los cantos de los hermanos que han nadado junto a ellos afirman que estos extraños animales también cantan, en la levedad del aire, su propia canción que les ayuda a recorrer los mares.

Las elucubraciones sobre los "deslizadores" cubren miles de años de acordes de la Canción. Durante todo ese tiempo, estos pequeños seres de la superficie sólo son agresivos con el Pueblo cuando lo requiere su necesidad, como sucede con los tiburones o las orcas. Hasta que, trescientos años atrás, los tonos se vuelven estridentes y llenos de horror. Sin una razón aparente, han comenzado a matarnos de manera masiva. Los ecos provienen de todos los mares, deslizadores montados en sus troncos flotantes, nos persiguen y nos cazan atravezándonos con púas frías y afiladas. La Canción de esos años es un solo grito lleno de miedo y dolor.

Cuando la matanza cesa, el Pueblo ha sido diezmado. Las voces que pueblan la Canción son ralas, vacías, agotadas. Y no llegan a recuperarse antes de que otra angustia ensombrezca las estrofas: el Ruido.

Los deslizadores han reemplazado sus troncos por enormes leviatanes, construidos con el mismo material frío con el que hacían sus harpones. Montruos helados que llenan el mundo con sus horribles bramidos, ensordeciendo al Pueblo y enmascarando la Canción. Los mares quedan aislados, los hermanos están solos, ya no se escuchan entre sí y nadan en pequeños grupos mientras la Canción se disgrega. Y luego eso también termina.

Las estrofas que describen el Derrumbe son grandiosas, épicas, y terribles. Un gigantesco estruendo que recorre los siete mares, un enorme tsunami del que no hay precedentes, los hermanos dispersados, perdidos al ser arrojados sobre los continentes, ahogados al no poder encontrar la superficie. Luego la calma, el Ruido ha cesado, los deslizadores han desaparecido. Los hermanos cantan que la enorme cueva antártica, bajo cuya cúpula de hielo temían nadar, se ha quebrado. Millones de toneladas de hielo se han sumergido en el mar, cuyo nivel ha subido varios cuerpos, dejando bajo el agua buena parte de los continentes.

Si deslizadores, la Canción vuelve a crecer, las voces se suman y se vuelven a escuchar entre hermanos lejanos. Nadamos en medio de las montañas artificiales construidas por los deslizadores, ahora sumergidas, extrañamente rectilíneas y poco armoniosas. Cantamos entre de los restos de su civilización, ahora hundida bajo los mares cuyas orillas orlaba. El Pueblo revive y canta la tristeza de una raza colapsada.

En las estrofas más recientes, oímos que los deslizadores vuelven a surcar los mares, a lo largo de las nuevas costas, de nuevo montados sobre pedazos de madera. Algunos hermanos oscurecen la música, sugiriendo que deberíamos aprovechar su fragilidad para voltear sus troncos y arrojarlos al agua, en la que no pueden nadar por mucho tiempo. Pero por suerte la Canción es elocuente, y vemos en ella que el matar no forma parte de la identidad del Pueblo.

Los versos más afinados dicen que lo que destruyó a los deslizadores fue el no tener una canción. El aire es muy sutil y no permite que los tonos lleguen muy lejos. Lo que en sus inicios fue un canto que les ayudaba a navegar los mares, se transformó luego en una confusión de voces distintas y desentonadas. Los deslizadores crecieron en ese mundo fragmentado que los hermanos solo conocieron durante el Ruido, transformándose en una raza sin identidad ni pasado.

Hoy el Pueblo se une en una Canción fuerte y bella, qué dice que para que los deslizadores no vuelvan a dañarnos y a destruirse a sí mismos, es nuestro deber enseñarles a Cantar.

27.1.2025 19:51La Canción ya habla de ellos en acordes que se remontan varios milenios atrás.
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"Los faros siempre han sido lugares solitarios –pensaba el Dr. Gilberti mientras recortaba su desc...

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"Los faros siempre han sido lugares solitarios –pensaba el Dr. Gilberti mientras recortaba su descuidada barba frente a un espejo descolorido– aunque este debe ser el caso más extremo que jamás haya existido".

Terminó de asearse y caminó por el pasillo, que desaparecía en una suave curva apenas unos pocos metros delante de sus piés.
Al llegar a la estrecha escalera caracol que llevaba hasta la lámpara, subió por ella con paso cansino, como había hecho cada día durante los últimos siete años. El ascenso terminó en el pequeño cuarto acristalado que contenía el corazón de la instalación. Desde allí, tenía una visión completa del del faro y del paisaje a su alrededor.

A diferencia de las torres que habían señalado las costas de los mares terrestres durante siglos, este faro guardaba un océano infinito hecho de puro vacío. Y no tenía forma de torre sino de rueda, con la lámpara en su centro y el pasillo habitable en su borde exterior. Esta rueda giraba rígidamente unida a la lámpara, de modo tal que mientras ésta arrojaba su rayo de advertencia hacia el infinito, las habitaciones y laboratorios en la rueda obtenían un poco de gravedad simulada.

El Dr. Gilberti subió sin esfuerzo por una pequeña escala en la parte trasera de la lámpara, hasta una trampilla en el techo del recinto. Ésta conducía a un corto pasillo cilíndrico que se extendía a lo largo del eje de la rueda. En el extremo opuesto estaba el observatorio, la única parte del faro que no acompañaba la rotación. Para entrar en el lugar, detuvo con cuidado la rotación de su cuerpo rozando con las manos en el marco de la redonda puerta. Luego flotó en gravedad cero hasta la silla de observación.

A varios miles de kilómetros frente a él, en el centro de la órbita descripta por el faro, estaba la razón por la que el mismo había sido construido. El peñasco cósmico que la lámpara se ocupaba de señalar, advertiendo del peligro a los navegantes del inmenso océano del espacio. Claro que el Dr. Gilberti no podía verlo, porque se trataba de un agujero negro del tamaño de un grano de arena y con la masa de un pequeño planeta.

El Dr. Gilberti tocó algunas perillas en el brazo de su silla, y la cúpula de cristal que lo separaba del frío del espacio se iluminó con una miríada de pequeños puntos. Cada punto señalaba la posición de una de las miles de boyas que rodeaban el minúsculo astro. Solicitó a la computadora el informe diario sobre la radiación recibida por las boyas en varias longitudes de onda, incluyendo la intensidad y la correlación entre los diferentes receptores.

Nada. El Dr. Gilberti suspiró con frustración.

Según el punto de vista de las agencias que lo habían construido, el faro había cumplido perfectamente su fin. Desde que fuera puesto en funcionamiento, el trágico naufragio que había motivado su construcción no se había repetido. Pero ese no era el objetivo del Dr. Gilberti.

Su esposa Marina viajaba en el Mary Rose cuando el agujero negro lo había engullido. Para las familias de las casi cinco mil personas que compartían el fatídico viaje, la tragedia había dado lugar al duelo y luego a la sanación. Pero el Dr. Gilberti era un físico teórico y experto en agujeros negros, Él entendía perfectamente que Marina no estaba muerta, sino detenida en el tiempo en el horizonte de sucesos del minúsculo astro. Y en esa circunstancia, no podía simplemente "dejarla ir" para seguir con su vida. Era su deber intentar rescatarla, y por eso se habia ofrecido de voluntario para el trabajo de farero.

Como el Dr. Gilberti enseñaba en sus cursos, los agujeros negros se evaporan emitiendo radiación electromagnética. A medida que se hacen más pequeños, se evaporan más rápidamente brillando cada vez con mayor intensidad. Esto termina en un apoteótico flash en todos los colores del espectro. Y en la radiación emitida, se esconde toda la información sobre todos los objetos que han caido en el agujero negro durante su voraz vida.

En algún momento el cuerpo celeste frente a él comenzaría a brillar más intensamente en todas las longitudes de onda, señalando su próximo final. Estas emisiones contendrían un mapa preciso de cada cosa que el agujero negro había engullido. El Dr. Gilberti esperaba captar con las boyas toda la información posible, para luego intentar decodificarla.

Tal vez ocurriera en los próximos minutos, tal vez dentro de diez años, o tal vez en un siglo. Quizás pudiera usar la información capturada para reconstruir completamente a Marina, o quizás solo pudiera crear un modelo de su mente para alimentarlo luego en un clon de su cuerpo. Era posible no pudiera salvar sino una simple imagen de su sonrisa, mientras el resto de lo que ella había sido se disipaba finalmente en la inmensidad del espacio, para descansar en el infinito.

Pero hasta que algo ocurriera, el Dr. Gilberti no iba a moverse de allí.

23.1.2025 01:52"Los faros siempre han sido lugares solitarios –pensaba el Dr. Gilberti mientras recortaba su desc...
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A veces las calles tienen un olor que te transporta a otro lugar, como si la brisa viniera de tan le...

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A veces las calles tienen un olor que te transporta a otro lugar, como si la brisa viniera de tan lejos que solo con el recuerdo pudieras ubicar.

Me encontré un cielo pintado de tiza, la temperatura idónea para que no importase la estación y un jolgorio de pájaros a mi alrededor. Pasé por la calle de las naranjas suicidas, siempre me causó revuelo verlas abiertas contra el suelo, ojalá fuera tan fácil desprenderse de lo que te sujeta de una forma tan natural.

De pronto pensé, podría dejarlo todo para otro momento, conducir durante una hora, ir a contracorriente hacia el pueblo donde me crié. Hacer caso a la brisa por una vez, encajar lo que siente el estómago cuando le dejas hacer. Pero ya no hay sitio para mí, no el que hubo en el recuerdo, nada de lo que vea allí me arrullará hasta dormir.

No hay escapatoria, una vez transitas un lugar, nunca vuelve a ser el mismo.

Tampoco en la playa donde hundí los pies hasta querer desaparecer, correr hasta allí sería pedir cuentas al mar de lo que yo misma enterré. Y escribir es lo más parecido a escarbar.

Los tesoros más preciados están escondidos en los ojos de quién mira por primera vez, el resto pasa por acomodar los colores, ser capaz de reconocer qué queda tras la foto en blanco y negro.

22.1.2025 19:30A veces las calles tienen un olor que te transporta a otro lugar, como si la brisa viniera de tan le...
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La semilla aún viajaba a cientos de metros por segundo cuando se estrelló contra la superficie del...

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La semilla aún viajaba a cientos de metros por segundo cuando se estrelló contra la superficie del pequeño cometa. Toda su energía cinética se transformó en calor, vaporizando rápidamente la capa exterior de acero que la protegía. El hielo se fundió a su paso hasta que se detuvo, dejando a la valiosa carga de esporas confortablemente sumergida en una minúscula burbuja de agua líquida, confinada a varios metros bajo la superficie. Una diminuta fuente radiactiva, que había sido activada por el impacto, mantendría vivo el pequeño oasis escondido dentro del témpano.

En pocas horas, las esporas comenzaron a replicarse y crecer. Para estos seres radiosintéticos, la radiactividad que emitía la fuente hacia las veces de un sol, permitiéndoles prosperar en la más absoluta oscuridad. Su programa genético fue activando nuevas instrucciones, que permitieron al caldo unicelular aislar los metales del agua para construir un pequeño filamento conductor, capaz de transportar el calor radiactivo mientras se extendía hacia la superficie, de manera de formar un canal de agua líquida a su alrededor.

Una semana después, la superficie del cometa estaba cubierta de un denso moho de color muy negro, que absorbía y retenía el calor solar para fundir más agua. El moho fue cambiando hasta transformarse en un musgo fotosintético, cuyas raíces crecían hacia el subsuelo y formaban pequeñas vejigas para almacenar el precioso líquido.

Cuando ya había pasado un mes, el musgo cambió una vez más, comenzando a extender al vacío pequeñas ramas, que desplegaron enormes hojas a medida que se alzaban. Unos diez metros por encima de la superficie del cometa, las ramas de tallos vecinos comenzaron a entrecruzarse y las hojas se fundieron entre ellas, formando una escafandra esférica que envolvió por completo al cuerpo celeste. Y el espacio interior empezó a llenarse de oxígeno.

El Explorador extendió su mano y rasgó con sus largas uñas el tejido vegetal que se extendía a pocos centímetros de su cara. Se puso de pié y miró el nuevo mundo a su alrededor, ya cubierto de flores y poblado por pequeños animales. A su lado se erguía su compañera, hermosa, con sus ojos de ébano completamente negros, y las membranas de sus orejas desplegándose aún en el frío aire. La miró con una sonrisa, y caminó hacia el tallo más cercano, apoyando su palma sobre la corteza.

La planta transformó el contacto en una señal química que subió por el tronco hasta la cúpula sobre sus cabezas, atravesó la escafandra de hojas y trepó por la única rama que se extendía por arriba de la burbuja, terminando en una flor de diez metros en forma de antena. La flor empezó a emitir

– Hemos llegado, un nuevo mundo ha sido colonizado, queremos unirnos a la federación. Hemos llegado...

2.1.2025 17:05La semilla aún viajaba a cientos de metros por segundo cuando se estrelló contra la superficie del...
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@Steffen K9 🐰

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@Steffen K9 🐰

Hi! I am noticing that my publications in libranet take a long time to reach my Mastodon followers (up to a week). Same thing happens with their interactions.

Is it a federation issue? Can I do something to speed it up?

Thanks in advance.

29.12.2024 20:26@Steffen K9 🐰
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– Ya no habrá más cantos sobre antiguas hazañas, ya no habrá historias en torno a las hogueras...

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– Ya no habrá más cantos sobre antiguas hazañas, ya no habrá historias en torno a las hogueras, ya no habrá memorias de quienes hemos sido, ya no habrá más nada, todo se ha perdido –cantó Sur, el historiador, con tono triste.

Estaba rodeado por los pocos supervivientes, una decena de jóvenes casi sin colmillos aún, y otros tres viejos como él, todos echados junto a una pequeña fogata. Mirándolos en silencio, se dijo "Demasiado pocos, demasiado jóvenes, no hay ingenieros ni navegantes, es el fin". Uno de los jóvenes, Alba, alzó su trompa y comenzó a cantar:

– Fue un trazo de fuego lo que cruzó el cielo, y con un atroz rugido se arrojó al Pacifico, huí horrorizado, busqué a mis queridos, la pared de agua todo ha sumergido. Murieron los sabios de nuestra hermosa raza, murió la memoria, murió la esperanza.

Sur se dijo que el pobre niño tenía razón, el meteorito había terminado de un solo golpe con toda la tradición oral en la que se basaba su civilización "nos volveremos brutos salvajes, como los gigantes mamuts del continente Norte" pensó. Buscó con la mirada a Lucero, una agricultora de su edad, para que interviniera en la canción. Ella comenzó:

– Han pasado horas pero aún es la noche, lo será por semanas, cuiden el derroche –miró a su alrededor para ver el efecto de sus palabras, y agregó– Todo morirá, y tendremos hambre, luego vendrá un invierno como nunca antes.

Sur había pensado en invernar en la montaña mientras bajaban las aguas y esperaban los brotes primaverales, para luego moverse hacia el norte en busca de otros supervivientes. Si no podrían hacer eso, probablemente deberían emigrar ahora mismo. Habló:

– Sin las canciones de nuestros camaradas, sin el conocimiento así trasmitido, estamos desnudos, no sabemos nada, la civilización mastodonte ha desaparecido. –Se puso de pie alzó la trompa entre sus enormes colmillos y cantó– No es tiempo de llorar, ya tocará sufrir, el pasado no volverá. Nuestro deber es sobrevivir.

26.12.2024 19:20– Ya no habrá más cantos sobre antiguas hazañas, ya no habrá historias en torno a las hogueras...
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@Cuentos del bosque oscuro

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@Cuentos del bosque oscuro

(Repito mi mensaje desde otra instancia, al parecer mi cuenta principal está bloqueada en masto.es, espero que esta no lo esté).

Acabo de encontrar tu cuenta de casualidad, lo que es muy bueno porque hace tiempo que escucho tus audiorrelatos.

A modo de saludo navideño, dejame decirte que tus cuentos me están resultando muy útiles para introducir a mi hijo adolescente en la literatura. Los escuchamos en el auto, cuando lo llevo y lo traigo de diversos lugares, en mi rol de chofer del quinceañero. Cuando algún autor le gusta, le hago escuchar más con la esperanza de empujarlo a leer. Son una gran herramienta, además de un agradable pasatiempo, claro.

Así que muchas gracias, y felicidades.

25.12.2024 20:07@Cuentos del bosque oscuro
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